A eso de las 11 de la noche, manejaba un auto deportivo rojo por las avenidas principales de la ciudad para trasladarme hacia una de mis casas de playa. En esa ocasión fui acompañada de las esbeltas, rubias y jóvenes hermanas rusas de la Agencia de modelaje de mi padre.

Un negocio más de su millonaria cartera. Esa agencia no solo funcionaba con la fachada de promotora de modelos a nivel internaciona, sino como un puente al narcotráfico y prostitución. Jovencitas inocentes que asistían a fiestas lujosas sin percatarse que se convertirían en la carnada de hombres casados y adinerados cuyo fin era el de saciar sus fantasías sexuales.

Una vez fornicaban con los cuerpos inmundos de esos hombres, quedaban atrapadas en un callejón sin salida en donde lo material se convertía en lo único importante de sus vidas. De allí, mi padre buscaba a sus amantes y las invitaba a viajar a Dubai, Saint Tropez, Islas Griegas, Japón y Australia.

Al salir de la congestionada y estruendosa ciudad, nos adentramos hacia carretera abierta. La misma estaba despejada y fue el momento oportuno para acelerar pasando los 80 kilómetros. Solo nos tomaría 40 minutos para arribar a mi despedida, mientras ya la habíamos iniciado con un par de cigarros y una botella de rom a escondidas de los oficiales de tránsito. La euforia nos invadió y aumentamos el volumen de la emisora para gritar a todo pulmón.

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