De niña sufrí de tristeza, ansiedad, insomnio,
sentimientos de culpa, obsesiones, fatiga, alteraciones del comportamiento, modificaciones del apetito, pérdida de interés, cansancio injustificado y pensamientos autodestructivos como el
suicidio.
Al
iniciar la adolescencia me diagnosticaron psicosis maníaco-depresiva o técnicamente, trastorno afectivo bipolar. La misma me hacía experimentar cambios extremos en el estado de ánimo desde una
marcada depresión que debilitaba todo mi cuerpo hasta una excitabilidad excesiva que inducía a un comportamiento irracional y agresivo.
A
raíz de esos trastornos de humor, me desconocía a mí misma y ya nada tenía sentido. Una parte intentaba luchar por llevar el control de los pensamientos y
emociones, pero otra más fuerte lo impedía.
Los episodios de manía y depresivos fueron tratados con estabilizadores del estado de ánimo, los cuáles me hicieron dependientes a un
falso equilibrio de paz y felicidad temporal, así como paciente regular a las consultas psiquiátricas impuestas por mi padre y a la cual debía obedecer sin titubeos.
A
todo eso, se le iba sumando una serie de sueños extraños, premoniciones y memorias que despertaban sin aviso y que al tiempo se desvanecían de la nada. Todo eso originó por parte del psiquiatra y
de mi familia la imposición incansable de etiquetas de trastorno, rebeldía, inadaptación, estupidez y demencia. Inconscientemente, llega un momento en que las crees como una Verdad actuando de
esa misma manera, culpándote y auto compadeciéndote de ti misma.
Mi
padre, un hombre alto y blanco de sesenta años, arrogante, déspota, insensible, seguro de sí mismo y acostumbrado a dar órdenes. Siempre envuelto en un traje negro y con una fría expresión en sus
ojos verdes. Amantes del lujo y de los negocios, siendo un empresario y noble de alto rango que dirigió una de las logias más influyentes del mundo denominada El Club de la Orden de los
Caballeros del Crepúsculo.
Descargar
el Capítulo 1 completo en el PDF